Una cuenta saldada por las nubes
A sus 76 años, el avilesino Manuel García ha cumplido uno de sus grandes sueños: lanzarse en paracaídas
García, en su casa de El Pozón, muestra una revista de paracaidismo.
Juan C. GALÁN
Manuel García tenía una deuda pendiente con el aire. A este avilesino, que el pasado 16 de agosto cumplió 76 años, los límites terrestres habían comenzado a aburrirle. «Antes de que el senderismo se pusiera de moda ya lo hacía yo», señala, como el que no quiere la cosa. A Lolo, como le llaman sus allegados, lo que le tiraba era surcar los aires.
El sueño aéreo de Manuel García se gestó en 1952, cuando se alistó voluntario en el Ejército español emplazado en Marruecos. Fue destinado a la enfermería durante 24 meses. Dos años en los que se enamoró del mundo de la aviación, una utopía para el joven soldado. «Me limitaba a custodiar los aviones y a empujarlos a los hangares; pero de pilotar, nada. Casi me quedo en el Ejército para aprender, pero volví. Tuve una indecisión? ahora me arrepiento», recuerda García.
Manuel García tenía una espina clavada con los aires. Comenzó a arrancársela el año pasado, cuando superó con éxito un curso de piloto de ultraligeros en el aeródromo de La Morgal. No era suficiente. Lolo quería acariciar las nubes. Pensó en saltar en paracaídas. Testarudo, convenció a su mujer y a su cuñada para que lo acompañaran el pasado 30 de junio a Gran Canaria para satisfacer sus ansias de aventura. «Había pensado en hacer el salto en Ocaña (Toledo), pero vi una oferta a Canarias en una agencia de viajes y cambié de opinión», explica, cándido, Manuel García. Una vez en tierra insular, al avilesino le faltó tiempo para contratar el salto en el aeroclub grancanario. «Fui un día antes a inspeccionar el terreno, hablé con los del club y no hubo problema. De salud ando muy bien y no me pusieron pegas», señala. Todo estaba preparado para el gran salto de Manuel García.
La mañana era clara en Las Palmas. El avión, que transportaba a seis intrépidos junto a los correspondientes monitores, sobrevolaba la zona a 4.800 metros de altitud. Tras nueve kilómetros de reconocimiento, todo estaba listo para que Lolo, aferrado a su monitor, se precipitara al vacío. «Primero vuelas 50 segundos sin abrir el paracaídas, ¡menuda velocidad coges! Luego, a los 1.500 metros, el monitor te abre el paracaídas. Es una sensación muy placentera. No notas nada. Hasta hablas con el monitor. Te olvidas del mundo». Así recuerda Manuel García una de las experiencias más fantásticas de su vida.
Lolo aterrizó sobre la playa de Maspalomas. «Lo que tienes que hacer es cogerte los pantalones para no cargar las piernas y caer de culo», explica García. Había cumplido su sueño.
A sus 76 años, Manuel García no sólo es capaz de surcar los aires en paracaídas, sino que es un deportista nato. Cada domingo se mete entre pecho y espalda 21 kilómetros, la distancia que separa su casa en El Pozón del pico Gorfolí. Un entrenamiento para su actividad diaria: cuatro horas de gimnasio que se pasa entre bicicletas estáticas y piscina. El secreto: «de fumar nada; y de beber, lo mínimo», señala García. Una filosofía que le permite estar en forma para su próximo reto: lanzarse en paracaídas en solitario.
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