«Buchenwald era el infierno»
Tres exiliados políticos asturianos recuerdan su sufrimiento en campos de concentración nazis: «La memoria no puede extinguirse», claman
Aladino Castro, José Antonio Alonso, María Luisa Ramos y Vicente García, ayer, en la plaza de España. ricardo solís
Juan C. GALÁN
Tal día como hoy, hace 72 años, Vicente García Riestra abandonaba España. A su familia, republicana, hacía tiempo que los fascistas la buscaban para apresarla por Pola de Siero. El avance de los sublevados parecía imparable en aquel septiembre de 1937. García Riestra y los suyos zarparon de Gijón a las costas francesas. Tras escapar del infierno de la Guerra Civil, a los García Riestra les cogió la Segunda Guerra Mundial en Limoges. Vicente no lo dudó y se alistó en la Resistencia. «Fui un guerrillero, un maquis», recuerda el poleso. Los nazis lo apresaron. Las opciones que le pusieron sobre la mesa eran demoledoras: o la muerte o el campo de concentración.
Vicente García Riestra ingresó en Buchenwald, uno de los mayores campos de concentración en territorio alemán. Allí estuvo quince meses. Había sido condenado a muerte por el Tribunal Militar de Limoges. Lo indultaron y lo mandaron al infierno. «Todo era palo para acá, palo para allá, miseria, muerte. Estábamos para producir. Cuando no trabajábamos, esperábamos la muerte», recuerda este deportado poleso con un marcado acento francés. No en vano, desde que dejara España en 1937, sus regresos han sido esporádicos. Ahora, con la ayuda de la Asociación de Descendientes del Exilio Español, ha vuelto a Asturias después de que el pasado mayo recibiera un homenaje en Madrid, junto a otros españoles que sufrieron el infierno de los campos de concentración. Esta tarde, la asociación que preside Ludivina García Arias, ella misma hija de emigrantes en México, recibirá en Pola de Laviana el premio de la Fundación «Emilio Barbón». Un espaldarazo para que la organización alcance su objetivo: «Que la memoria de estos horrores no se extinga y que los exiliados y sus hijos puedan obtener la nacionalidad de españoles de origen», según señaló Ludivina García.
Víctor García Riestra es uno de los tres asturianos deportados en campos de concentración que visitan estos días la tierra que los vio nacer. Avilés fue ayer la primera parada del periplo. La próxima semana volverán a Francia, donde residen. La Corporación municipal les brindó ayer una emotiva recepción rematada por una charla en el hotel Palacio de Ferrera.
El momento sirvió para que la memoria se activara. En realidad, a los tres asturianos les martillea a diario. Aladino Castro, de Blimea, relata su sufrimiento casi de carrerilla. Con cuatro años, en 1926, acompañó a sus padres a las minas de Carmoux, en Francia. En plena juventud la Guerra Mundial le instigó a luchar contra los nazis. «Yo era minero y, como los asturianos, luchador», recuerda. El 30 de julio de 1942, los alemanes le detuvieron, le rompieron la nariz a patadas, y lo deportaron a Buchenwald en un convoy que transportaba a 1.800 personas. No les dieron de comer ni, lo que es peor, de beber. «Buchenwald es el infierno», espeta Castro. «A muchos nos hubiera gustado que nos hubiesen fusilado, hubiera sido mejor morir. Nos rompían la cabeza a patadas, a algunos se la aplastaban hasta la muerte. En el mejor de los casos, nos hacían trabajar en una mina de sal durante doce horas, sin descanso», señala el deportado asturiano, liberado por el ejército canadiense el 12 de abril de 1945. En el momento de la liberación, Aladino Castro pesaba 32 kilos.
A José Antonio Alonso, los nazis no llegaron a apresarlo a pesar de su activa labor en la Resistencia. En contraprestación, el Gobierno francés le recompensó con la «Legión de Honor» y con una condecoración por haber colaborado en la liberación de Foix de manos fascistas. Ahora, los tres esperan que el homenaje que les tributa Asturias sirva de algo. Aladino Castro dirige una asociación que difunde los horrores de Buchenwald entre los escolares franceses. «La memoria no puede extinguirse», afirma.
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