Hace
mucho tiempo, tres hombres robaron la Luna del cielo y la colgaron en
un árbol como un farolillo.
Todos
estuvieron de acuerdo en que la Luna era suya y que cada hombre se
llevaría su parte con él a la tumba.
Finalmente,
los hombres y los trozos de Luna se reunieron en el inframundo. La
luz brillante de la ahora siempre Luna Llena causó el caos entre los
espíritus y los demonios que estaban acostumbrados a la oscuridad.
Al
escuchar el alboroto allí abajo, san Pedro descendió y volvió a
poner la Luna en el cielo, restableciendo el orden en el mundo.
La
Luna nos pertenece a todos y mira hacia abajo sin juzgar y sin
favoritismos. No está hecha para ser domesticada o capturada; es un
ejemplo perfecto por el que vivir, siempre cambiando, adaptándose y,
por lo tanto, manteniendo el equilibrio.
Durante
la Luna Llena de noviembre, medita sobre las muchas cosas que
compartimos como seres humanos, similitudes que se deben celebrar
tanto como nuestra diversidad.
La
Luna es tuya, la Luna es mía.
En
su rostro cambiante, encontramos lo Divino.
-Natalie
Zaman
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